Mi nombre es Antonio y soy peruano. Mis familiares, amigos y compañeros simplemente me llaman Toño.
Ingresé a la Orden de San Agustín en enero de 1999, de eso ya hace 10 años. Actualmente me encuentro en Madrid, España, terminando una licenciatura en Teología Bíblica. Llevo aquí más de 5 años, en Valladolid hice, previamente, la Teología. Acepté la propuesta de la especialidad porque creo fundamental prepararme para poder luego trabajar en donde me asignen. Creo que no se puede improvisar el trabajo en estos tiempos, sea cual sea.
Pero no quiero hablarles de eso ahora, quiero contarles que siempre llevo en mi recuerdo el tiempo de pastoral que realicé en la misión que tenemos en la parroquia Santa Rita de Castilla, en la amazonia peruana.
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Estuve 6 meses en un lugar que tiene 54 comunidades cristianas en un área de 35 mil kilómetros cuadrados y donde aprendí a valorar el trabajo de los animadores cristianos. Personas elegidas por sus comunidades que aprovechan dos semanas al año para prepararse en los cursos de capacitación para poder orientar mejor la vida de los que lo nombraron.
El río que ven en el mapa, es el río Marañón, uno de los afluentes del Amazonas. Es la vía de comunicación en esta zona donde las carreteras no existen, para llegar desde la ciudad de Iquitos a la capital del distrito, santa Rita de Castilla, el viaje suele tardar algo más de 24 horas en lancha.
Al ser zona inundable, por ser zona de selva baja, las personas no se pueden dedicar a la agricultura. Las comunidades tienen que cambiar de lugar de asentamiento muchas veces. Desde la fundación de santa Rita (1956) hasta hoy el poblado ha cambiado de lugar cuatro veces, siempre buscando tierras altas debido al cambio de curso del río que erosiona la tierra y se lleva el poblado entero.
Visitando las comunidades de santa Rita en viajes de más de quince días río arriba, palpé una realidad presente pero olvidada, mejor sería decir silenciada, por las ciudades. Son lugares donde no hay luz eléctrica ni servicios básicos de agua potable ni desagüe, si pueden tener un generador de electricidad y letrinas construidas ya es demasiado pedir. Pero lo que más llama la atención es como parece haberse detenido el tiempo allí.
Porque la gente aún utiliza el trueque para obtener productos aún a costa de ser timados por los “regatones”, personas que visitan las comunidades vendiendo productos de primera necesidad y ropa a cambio de lo que los campesinos trabajan: gallinas, plátano, yuca. Gente que puede viajar una semana en canoa desde su comunidad hasta la capital del distrito para registrar a sus hijos recién nacidos y enfrentarse a la negativa burocrática de autoridades que no tienen los formatos debidos, ni las partidas, porque se les olvidaron solicitarlos a la capital de la provincia. Gente que quiere que sus hijos estudien para que aprendiendo a leer, escribir, sumar y restar no les engañen como a ellos cuando van a ofrecer los productos de su trabajo a la ciudad, pero que tiene que enfrentarse a la realidad de profesores que no van a las comunidades a trabajar porque éstos prefieren quedarse en una plaza citadina, si es que la consiguen, y cobran por un trabajo no hecho.
Gente que a pesar de eso, sigue sonriendo y es capaz de agradecer que los frailes y las monjas vayan a visitarlos para poder contarles sus penas en asamblea, que les preparen, les respalden y les ayuden a encontrar posibles soluciones a sus tantos problemas.
En esas comunidades, alejados de la ciudad, las personas viven su esperanza en Dios de un modo más sencillo, con la vista puesta en menos complicaciones y dándole tiempo al tiempo, o mejor dicho viviendo el tiempo sin las prisas propias de toda persona de ciudad.
En fin, es una realidad que sólo muestran las ONGs para solicitar donaciones… debería servirnos para sensibilizar primero a los nuestros y hacerles ver que los países no sólo son las capitales de las regiones, ¿será por eso que en el fondo se guardan tantos resentimientos de esas personas frente a las estructuras centralistas? ¿será por eso que cualquier caudillo que se presente anunciando un nuevo mundo para los campesinos y los olvidados se los mete en el bolsillo y puede engañarlos tan fácilmente?
Nos toca a los religiosos ser parte activa en un proceso de reconciliación entre partes y, a la vez, ser voz de aquellos que no tienen voz.
